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Que la maternidad te cambia la vida es algo más que evidente. Transforma tu perspectiva por completo. Y cuando se es joven la maternidad puede entenderse como un suceso que frena el resto de aspiraciones personales. Puede provocar escepticismo e incluso rechazo en muchas mujeres, a pesar de las medidas promovidas por el Gobierno como las bajas por maternidad, permisos de lactancia, excedencias o reducciones de jornada; según refleja la última encuesta de fecundidad del INE, el 88,1% de las mujeres de entre 18 y 30 años aún no ha tenido hijos.

Y es que, dentro del ámbito de conciliación entre vida laboral o académica y la familiar aún queda mucho margen de mejora. Muchísimo. Sin embargo, tener niños y desarrollarse a nivel personal siendo joven no tiene por qué ser incompatible. Esta nueva etapa puede suponer un incentivo adicional para ser la mejor persona y madre posible. Hablo desde mi experiencia.

Todas las madres son supermadres

He trabajado y cursado mi carrera universitaria a la vez que criaba a mis pequeños. Cinco años de carrera y otros tres de trabajos temporales, medias jornadas con alguna que otra urgencia.

Tengo que reconocer que, al principio, me di un tiempo porque deseaba dedicarles todo de mí y se me hacía imposible separarme de ellos. Mis mayores preocupaciones entonces se centraban en velar por su salud; siempre alerta del calendario de vacunaciones, manteniendo los enseres esterilizados. He intentado proporcionarles el mejor cuidado personal, con productos con ingredientes de origen natural, testados dermatológicamente, como los productos Mustela, y una nutrición bio con las que alcanzar un percentil noventa en las revisiones del pediatra.

Conforme iban creciendo cada vez pensaba más en otros aspectos como su educación, el contexto social y medioambiental en el que debían desenvolverse. También en la clase de ejemplo o referencia femenina que quería ser para ellos. Fue entonces cuando decidí continuar con mi formación. A veces oyes «si eres madre ya no puedes hacer nada más con tu vida». Y yo me niego a creer en eso.

Algunos estudios sugieren que células madre del feto pueden atravesar la barrera hematoencefálica y pasar a formar parte del cerebro materno. Y que esas células fetales poseen una asombrosa capacidad de regeneración que pueden ayudar a las mamás a encarar con vigor la concepción y crianza del bebé. Desconozco hasta dónde llega la validación de esta teoría. Lo que sí puedo afirmar es que me he visto afrontando una cantidad de trabajo y una disparidad de tareas que jamás pensé que sería capaz de realizar. La maternidad te dota de paciencia, constancia, organización y compromiso. Puedes sentirte frágil, pero también eleva la autoestima y determina en gran medida la actitud ante la vida.

Conciliar, qué bonita (y complicada) palabra

No voy a mentir. Es bastante complicado de compaginar. Muchas veces te ves obligada a funcionar con pocas horas de sueño y a desconectar cuando toca para aprovechar bien el tiempo dedicado a cada cosa. Lo más complicado es aceptar, en determinados momentos, la imposibilidad de mantener el control sobre todo y concentrarse en sacar adelante lo que consideres prioritario. También es verdad que alcanzar esa especie de equilibrio místico no siempre se consigue de la misma manera. No pasa nada, vale la pena seguir intentándolo.

En lugar de caer en frustraciones es mucho mejor concienciarse de las circunstancias y aceptarlas con sentido del humor. No hay espacio en este artículo para ilustrar las cientos de anécdotas: ni sé cómo lo hacen, pero los peques son expertos en hacerte reír a carcajadas con sus ocurrencias y la risa va genial para relajarse y afrontar el estrés. Cada día ves en su mirada una palabra nueva, un gesto recién adquirido, una treta aprendida. Ellos crecen y tú con ellos.

Tampoco está mal dejarse ayudar por los amigos y familiares más cercanos. Ni siquiera tenía carnet cuando fui madre. Este apoyo fue primordial. Redunda en consolidar relaciones personales más fuertes y duraderas gracias a la confianza depositada y al nivel de comunicación que se mantiene en el día a día. Mi esposo y mi madre han sido incondicionales para mí. Cada persona tendrá las suyas.

Y no olvidemos esos regalos imprescindibles para el cuidado de la piel del bebé, y además muy útiles. ¿Alguna vez has visto todas esas cestitas con packs de toallitas, crema y algunos pañales? Pronto descubres lo prácticas que son, cuando no puedes salir de casa sin prepararte una mochila-pack con todo lo necesario. «¿Falta algo?» era mi frase mental. Ahí han sido vitales las cremas y bálsamos protectores de Mustela, por su eficacia y naturalidad. Y no por un periodo concreto de la primera infancia. Durante el destete o cuando comienzan a salir los primeros dientes, las rojeces e irritaciones son más comunes. Y una buena crema, con ingredientes de origen natural y diseñada específicamente para las necesidades que tiene el tipo de piel de mi bebé, imprescindible.

Valentía es un nombre femenino